El Congreso Nacional de Vocaciones, celebrado en el Madrid Arena durante este mes de febrero, ha concluido con un mensaje claro y vibrante: la vocación cristiana es un don que debe vivirse con alegría y entrega. En un ambiente de comunión y discernimiento, cientos de participantes han reflexionado sobre la importancia de responder a la llamada de Dios en la vida personal y comunitaria.
El evento, que ha sido calificado como “una fiesta del Espíritu”, ha girado en torno al lema “¿Para quién soy?”, inspirado en la exhortación apostólica Christus Vivit del Papa Francisco. Con ello, se ha querido destacar la importancia de entender la existencia como vocación y misión, en contraposición a la mentalidad actual que tiende a concebir la vida desde una perspectiva meramente individualista y autónoma.
La ponencia final del Congreso, titulada “Un pueblo de Dios vocacional. De los sueños a los retos”, ha sido presentada por un equipo de expertos compuesto por Alfonso Salgado, María Ruiz, Raúl Tinajero, Luis Manuel Suárez, Juan Carlos Mateos, José María Calderón y monseñor Jesús Pulido. En ella, se ha recordado que el pueblo santo de Dios es un pueblo vocacional, en el que cada creyente recibe una llamada particular dentro del plan divino.
Desde los sueños de los jóvenes hasta las visiones de los ancianos (Job 33, 14-16; Hch 2, 17), la historia de la salvación ha estado marcada por personas que han respondido a la voz de Dios con disponibilidad y generosidad. En este sentido, se ha subrayado que la vocación no es una simple elección personal basada en preferencias individuales, sino un don gratuito que ha de ser acogido con gratitud y vivido como respuesta amorosa a la llamada de Dios.
Los ponentes han insistido en que la vocación y la misión son inseparables, ya que una Iglesia misionera es una Iglesia vocacional y una Iglesia vocacional es, necesariamente, una Iglesia misionera. En palabras del Papa Francisco: «No tengo una misión, sino que soy una misión» (Evangelii Gaudium, 273). Desde esta perspectiva, la vocación no se limita a una opción de vida, sino que es la esencia misma del ser cristiano, llamado a participar activamente en la obra creadora y redentora de Dios.
Este enfoque lleva a considerar los carismas y ministerios dentro de la Iglesia como dones para renovar y edificar la comunidad cristiana, fomentando la corresponsabilidad y la diversidad de servicios dentro del pueblo de Dios.
Uno de los aspectos más destacados del Congreso ha sido la urgencia de promover una cultura vocacional en la Iglesia, en la que cada persona –laico, consagrado o sacerdote– descubra su papel dentro de la comunidad cristiana y lo viva con gozo.
Los ponentes han insistido en que la crisis vocacional actual no es solo una cuestión numérica, sino una falta de comprensión de la vida como vocación, que afecta no solo a la Iglesia, sino a la sociedad en general. La cultura contemporánea tiende a presentar al ser humano como un individuo sin vocación, autónomo y sin referencia a Dios, lo que dificulta la percepción de la existencia como una llamada a la entrega y al servicio.
Para revertir esta situación, es necesario fortalecer una pastoral vocacional que fomente la amistad con Cristo y ayude a cada persona a descubrir su lugar en la Iglesia. Como se recordó en la ponencia final, «ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15), subrayando que la vocación se descubre en el encuentro con Cristo, especialmente a través de la oración y la vida comunitaria.
En la Iglesia conviven diversas vocaciones, cada una con su identidad y riqueza propia, pero todas al servicio de la misma misión:
Todas ellas son caminos legítimos para vivir la llamada universal a la santidad, recordando que «Dios llama a cada uno a la vida por amor, para una existencia plena y dichosa en el amor».
El Congreso de Vocaciones ha sido un espacio de reflexión, celebración y compromiso, que invita a la Iglesia en España a renovar su impulso misionero y vocacional. Como destacó el equipo de trabajo, «la vida cristiana es un don que se concreta en la respuesta que cada uno da a la llamada de Dios», y es responsabilidad de todos fomentar una cultura que valore y acompañe cada vocación.
Antes de la clausura, se hizo un llamamiento especial a ser embajadores de esta misión y a transmitir el fuego del amor de Dios con las palabras de Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera que ya estuviera encendido!».
El Congreso concluyó con la certeza de que la vocación es el corazón de la vida cristiana y que, más allá del evento, el compromiso de la Iglesia debe ser seguir acompañando y promoviendo una cultura vocacional que permita a cada persona descubrir y vivir su llamada con plenitud y alegría
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Canción «Para quien soy»: Ver vídeo